En Vallejo, el poeta y el cronista se alían para dar lugar a un sentido nuevo de la política y de la poética, que consiste en cambiar radicalmente las coordenadas de lo posible. El cronista es un testigo directo de los hechos, al punto de estar en condiciones de extraer la promesa poética de futuridad que anida en lo cotidiano. El poeta -el testigo ciego- va hacia las cosas y los seres con un cuerpo verbal que los precipita hacia la intemperie del sentido, fuera de los límites de la significación; nominación oblicua ante la cual nada subsiste tal como era antes; gestación sin norma, sin código, manifestación pura de lo viviente, subversión del nombre en el nombre.