Este libro es muchos a la vez. Es una crónica del horror en primera persona; de la bomba a la AMIA, el peor atentado terrorista de la historia argentina. Es también testimonio de la perseverancia, el rescate y la preservación de una cultura. Es una historia de las costumbres judías en ciertas décadas del siglo XX en Buenos Aires, de esa avenida Corrientes que une el Once con Villa Crespo. Es un recordatorio de lo importante que es valorar el pasado para construir el futuro. Y es, por supuesto, una conmovedora carta de amor a un padre que ya no está.
Con sus dibujos -el trazo perfecto, la mirada incisiva pero cálida-, Bernardo Erlich lo transforma, por momentos, en una novela gráfica.
Además de aportar su mirada, Dalia Ber recoge testimonios, confía en ellos, sabe que son imprescindibles para perpetuar momentos, personas, una cultura. Y en ese proceso, al escuchar a los testigos, al fijar sus recuerdos, Dalia y este libro se convierten ellos mismos en testigos. Por eso, La epopeya del colibrí no sólo da cuenta de muchos de los eslabones de esa cadena de oro conformada por la cultura y el arte judíos. Es también un eslabón que extiende y solidifica esa cadena.
Tal como exigía el célebre maestro de escritura, tal como sucede con los libros únicos, esos que muestran experiencias que atravesaron la vida del autor y que lo hacen con la de los lectores que se los encuentran, la autora se arrancó el corazón y lo volcó en cada página, en cada párrafo, en cada línea.
Matías Bauso